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lunes, 25 de abril de 2005

FETICHISMO

Los zapatos, las botas, los pañales, los guantes, las pieles, el hule, las prendas infantiles, la ropa íntima, las medias, los calcetines, los vestidos, los trajes, las corbatas, las batas médicas, los uniformes, los senos, los pies, las axilas, el cabello, el vello corporal, entre otros, son objetos comúnmente usados como estimulantes eróticos para las personas que llamamos fetichistas.

Dichos objetos despiertan en la persona sentimientos que aunque parezca increíble son de amor. El fetichista siente una atracción erótica por determinada cosa, se enamora de ella, colecciona, guarda, esconde y llega a una sensación de tener el control en su “relación”. Es por eso que el fetichismo lo podemos definir en parte como un trastorno del amor y la sexualidad, ya que uno de los elementos, es inanimado.

Le llamo relación porque el fetichismo no es un episodio temporal, es una orientación, un gusto y una inclinación sexual que trae la persona consigo en el transcurso de su vida. Se puede decir que en lugar de relacionarnos con otras personas, nos relacionamos en cierta medida con otros objetos que casi siempre nos recuerdan lo femenino o lo masculino.

El fetichista colecciona tales utensilios y los utiliza como estímulos sexuales, satisfaciéndose con ellos o a propósito de ellos.

Se masturba ante su fetiche, que sustituye a la pareja amorosa.

La manía coleccionista del fetichista puede llevarle a constituirse todo un “harén”

Hay algunas explicaciones: El primer médico que se preocupó por esta manera diversa de ver al amor fue el psiquiatra alemán Krafft-Ebing en 1882, o sea que el tema no es tan novedoso, y aun sin embargo, conocemos poco.

En la corriente psicoanalítica el fetichista aparecía como un psicópata que coleccionaba objetos de uso femenino para satisfacerse de ellos.

Desde aquel entonces el fetichismo es considerado una perversión. El perverso recuerda en muchas cosas al hombre neurótico: de ahí que Freud llamara a la perversión la contrapartida de la neurosis. Los fetichistas llevan rasgos de personalidad neurótica.

Todo hombre tiene, efectivamente, gustos peculiares, en la medida en que hay ciertas características que le gustan en su compañera y que constituyen para él un estímulo erótico específico. Por ejemplo, los hombres que les gustan solo las mujeres de pechos grandes.

La preferencia por una persona se extiende entonces a alguna parte de su cuerpo, o a sus vestidos, sus objetos, su peinado, etc; a veces el amante puede llegar a conservar un utensilio inofensivo de esta índole con una especia de devoción religiosa.

En el Fausto de Goethe se pronuncian con reverencia y reconocimiento lo siguiente: “Consígueme un chal que haya rodeado su pecho, una liga de la que es delicia de mi amor”.

Es característico del normal, sin embargo, que sólo se reverencia al fetiche en orden a la propia persona amada. Para él no es más que un signo que le recuerda a aquella a quien ama en realidad. No hay “formación sustitutiva”, que elimine en mayor o menor medida a la otra persona.

El fetichista patológico, en cambio, reacciona en forma enteramente distinta.

El fetichista patológico absolutiza el objeto muerto y hace de él el objeto de la actividad sexual sana, que en el fetichista se reduce a una utilización mezquina de artículos de uso cuasi sexual.

En este sentido nos encontramos en frente de una enfermedad sexual, que posee una estructura íntima más compleja. Para comprenderla necesitamos un análisis más detallado y profundo, como por ejemplo siguiendo al psicoanálisis de Freud, la teoría asociacionalista donde sospecharon que el instinto sexual adquiere, a través de una experiencia patógena de la juventud, esa extraña “formación” que puede hacer que su capacidad erótica se fije al fetiche.

Esta concepción se encuentra incluso en muchos otros autores contemporáneos, como por ejemplo en J.H. Schultz, que cuenta de un fetichista, para quien el tubo de escape de los camiones de carga se convirtió en un medio de excitación sexual.

Este fetiche, evidentemente raro y torcido ante el común de la gente, estaría en relación con una abuela que “dejaba escapar sus gases” ante el nieto sin la menor reserva: esta experiencia sexual infantil tan impresionante habría constituido el fundamento del peculiarísimo “fetiche” que puso al paciente en conflicto con la ley penal desde el momento en que puso en práctica públicamente su anomalía sexual.

De lo anterior resulta claro que el fetichista no se siente atraído por la persona física como tal, sino únicamente por una parte suya o incluso por una prenda de vestir representativa de aquella.

Se ha llamado acertadamente la atención sobre el hecho de que a toda “atracción parcial” corresponde paralelamente una “repulsión parcial”: Freud observa, entre otras cosas, que la tendencia a la unión sexual en el fetichista se encuentra aminorada y que los genitales femeninos desempeñan un papel asombrosamente pequeño en su pensamiento y en su sensibilidad.

En oposición a la explicación freudiana, no nos sentimos inclinados a ver el sentido de esta transposición del interés en las angustias de castración infantiles y en la búsqueda de un pene femenino. Las hipótesis de este tipo se acoplan bien con un sistema artificioso como es el de la teoría de la libido, cuya validez nadie aceptará sin discriminación.

El comportamiento fetichista, como la sintomatología neurótica, tiene como misión proteger el sentimiento de la propia estima contra el desplome que amenaza.

Tiene que mantenerse fuera de la zona de peligro, que en este caso es el gran problema vital del amor y el afecto compartidos.

El fetichismo es un mecanismo de seguridad de que se sirve la personalidad neurótica.

Reduce la “realidad amorosa” a un delgado sector de vivencias que imita la relación como un Tú, pero que sólo de lejos recuerda a una comunidad de personas.

Adler hablaría aquí de una ficción, de un juego de engaños y autoengaños, que al fetichista, preso de sus sentimientos de inferioridad, le parece vitalmente necesario.

El fetichista tiene tal angustia ante la mujer o el hombre y el amor, que huye a refugiarse en sus “objetos excitantes”.

Sus angustias no se refieren tanto a los genitales femeninos como a la mujer en lo absoluto, en caso de un varón heterosexual, a la relación con un compañero del otro sexo.

Esta angustia fundamental vuelve una y otra vez en todas las historias clínicas de fetichistas y habría que cerrar los ojos ante la realidad para dejar de ver lo angustioso de las vivencias de estos pacientes.

A través del zapato, la piel, el corsé o el sostén el fetichista intenta acercarse a la tan temida feminidad, para disfrutar al menos de un reflejo de aquel eros del que él, como todo hombre, tiene nostalgia.

Pero su nostalgia, frenada por la angustia, se queda a medio camino de la pareja amorosa.

El fetichista procede de una niñez y juventud en las que su capacidad de amor no se pudo desarrollar sino malamente.

Como todas las personalidades neuróticas siente angustia ante los contactos íntimos con otras personas.

El despertar de su instinto sexual le impone la tarea de buscar un modo de satisfacer su sexualidad y sus exigencias de amor.

Se ve desgarrado en todas direcciones por sus deseos eróticos y sus tendencias a buscar seguridad, que corren en direcciones diametralmente opuestas.

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martes, 12 de abril de 2005

Fobias sexuales y ataques de pánico

Podríamos decir que una fobia es un miedo desmesurado a un ataque que no va a venir.
Hay fobias específicas (a las alturas, a los espacios abiertos –agorafobia-, a quedarse encerrado –claustrofobia-, a los insectos –insectofobia-, a las alturas como también existen fobias sociales y sexuales. El rasgo esencial de una fobia sexual es el temor persistente e irracional asociado al deseo compulsivo de evitar sensaciones o experiencias sexuales, con la característica que el individuo reconoce este miedo como irracional o excesivo. Estos pacientes fóbicos pueden llegar a evitar por completo el sexo, o su evitación y ansiedad la restringen a determinadas facetas de la sexualidad: a los genitales, a las secreciones y olores genitales, a penetrar o ser penetrada, al orgasmo, a que sean vistos desnudos, al beso profundo, a la masturbación, al embarazo, al sexo oral genital. Hay pacientes que su aversión al sexo los lleva a mantenerse vírgenes durante toda la vida, no se casan y se convierten en individuos con verdaderas fobias sociales.

En los casos en que el síntoma fóbico en sentido amplio, sexual o no sexual, aparece con claridad -fobia a la penetración, claustrofobia o agorafobia- el diagnóstico es relativamente claro, pero no lo es tanto en el llamado carácter fóbico, donde lo que se detecta es una forma estable de comportamiento, con una manera automática de regulación de la angustia, con un conjunto de rasgos que lo caracterizan, pero sin la presencia de verdaderos síntomas. Lo podríamos definir por un permanente estado de alerta y exploración del medio ambiente, ya que para el fóbico la relación con el otro pierde su neutralidad para convertirse en la posibilidad de un peligro inminente y próximo. Un rasgo típico es su tendencia hacia la huida (de las parejas, de la relación sexual, de su vocación, de la vagina o el pene, del tratamiento). Aunque también observamos como mecanismo contrafóbico una "huida hacia adelante", donde para vencer la fobia arremete contra su dificultad; es el paciente que viene a la consulta y nos dice: "vuelvo a estudiar y apruebo todas las materias en un año" o "a partir de hoy cambio mi vida: con el primer muchacho que salga me acuesto", o "esta vez es la definitiva, conocí una mujer en el trabajo y en un mes me caso"; aunque después, como el personaje de una obra de Gogol, salte despavorido por la ventana mientras la novia se prueba el vestido en la habitación contigua. El paciente fóbico, dada sus características de ser alguien que "está siempre por irse", en viaje permanente, nos plantea algunas dificultades particulares que muchas veces no llegan a evidenciarse debido a un aspecto nuclear en el curso del tratamiento: la frecuente deserción. La fobia se nos presenta como una estructura defensiva construida sobre una serie de evitaciones, prohibiciones y precauciones ante determinados objetos o situaciones cuya proximidad despiertan angustia. Recordemos que el paciente se mantiene, gracias o a pesar de, a través de las defensas, en un cierto estado de equilibrio y recurre a la consulta cuando ve que los demás se casan y él no, cuando su pareja amenaza con dejarlo o hay ciertas presiones sociales y, por supuesto, por disfunciones sexuales. Este aspecto nuclear deberíamos tenerlo presente ya que el fóbico desea y teme al mismo tiempo, se asoma y huye, desea curarse pero teme que eso mismo ocurra, anhela la penetración o el orgasmo pero siente miedo ante lo que pueda pasarle.

Creo que uno de los posibles detonantes de deserción podría ser el furor curandi por parte de los terapeutas y un dejarse apurar por "el enorme deseo de curarse" que los fóbicos anuncian casi sistemáticamente en el comienzo de toda terapia. Una paciente mía, durante la primera entrevista psicoterapéutica, me planteó que deseaba concurrir cuatro veces por semana. Yo le contesté: "con dos sería suficiente". Luego confesaría que el mismo día que pidió la entrevista conmigo lo había hecho con otra terapeuta, para decidirse por el que "mejor lo comprendiera". Un aspecto dramático de los trastornos de ansiedad vinculados a las fobias son los llamados "ataques de pánico" que son vividos con gran carga de angustia y con enorme repercusión en el cuerpo. Aquejan al 1,6% de los adultos, con mayor frecuencia a las mujeres y se presentan con alguna de estas características : palpitaciones, dolores en el pecho, falta de aire o ahogo, mareos o vértigos, escalofríos o sofocos, náuseas, hormigueos en los miembros o transpiración, sensación de terror o de irrealidad, miedo a volverse loco o al descontrol, temor a la muerte.

Una manera de pensar el tratamiento de un paciente con características fóbicas sería pensarlo en etapas. Cada una de ellas presentará distintas dificultades y posibilitará determinadas intervenciones y no otras, en la medida que la capacidad de tolerar la angustia lo vaya permitiendo. Una etapa fundamental de todo tratamiento, sea psicoterapéutico o sexológico, sería el de crear una alianza de trabajo. En esta etapa de creación del vínculo terapéutico el fóbico nos irá probando para ver si somos amenazantes para su mundo, si seremos confiables. En este sentido, siempre nos someterá a una prueba, no dejará nada por escrutar: el encuadre, las condiciones del contrato, la personalidad y hasta el sexo del terapeuta. Es un paciente que viene pero no sabe si podrá seguir, no sabe si tendrá horas libres o dinero para pagar las sesiones o, más marcadamente, no sabe "si se tiene que tratar" porque a lo mejor la solución está "en otro tipo de tratamiento" (psicoanálisis, psicofármacos, cirugía, inyecciones hormonales, el urólogo, el ginecólogo, la curandera o los chamanes).

Uno de los casos donde se visualiza una fobia compartida por la pareja es en el llamado matrimonio no consumado. Esta disfunción se caracteriza porque la pareja, conviviente o no, luego de un cierto tiempo que ha sido fijado arbitrariamente en seis meses, no ha podido practicar el coito con penetración vaginal. Algunos prefieren hablar de parejas no consumadas puesto que se puede dar en novios o concubinos. A veces es uno de los dos miembros el que aparenta estar "enfermo", otras veces son ambos. Él puede tener dificultades en la erección o ella padecer vaginismo. Ella puede tener una verdadera fobia a ser penetrada y él ser un eyaculador precoz que eyacula antes de penetrar. O ambos padecer un deseo sexual inhibido. Los trastornos pueden alternarse en el tiempo o ser concomitantes, pero siempre se mantienen de a dos. Por ejemplo: cuando ella quiere, él no logra la erección; cuando él la logra, ella presenta una contracción de los músculos de la vagina; si ella pudo relajarse y vencer la fobia, él presenta una eyaculación a porta (antes de la penetración vaginal). El miedo los invade: a la maternidad o paternidad, al embarazo, a ser desgarrada o lastimada, a sufrir, a dañar o ser dañado en los genitales, incluso se detectan fantasías de caer en la prostitución. No se pude hablar de causas en general ya que se ve cada caso de la pareja en particular pero hay factores psicológicos o psiquiátricos, familiares, educacionales, religiosos y del vínculo en sí mismo. Por supuesto puede haber factores orgánicos en algunas impotencias o en las llamadas dispareunias (coito doloroso) que no se pueden dejar sin resolver. Hay casos en que la aversión sexual (entendida como la persistente o recurrente extrema aversión, o la evitación, de todo o casi todo contacto sexo-genital con la pareja sexual) es tan marcada que a veces les impide tocarse o besarse configurando un clásico paradigma de complementación disfuncional manteniendo así el equilibrio durante años; ellos lo categorizan acertadamente: "somos como dos hermanitos" (enunciado que puede tener una doble lectura: el vínculo des-erotizado o el miedo incestuoso que paraliza). Si bien ellos piensan que es algo muy grave y vergonzante y que nunca podrán solucionarlo la realidad nos marca que con las llamadas terapias sexuales que son terapias focalizadas de la pareja, de resolución sintomática y cortas (10 a 15 sesiones) sumadas en algunos casos a la medicación antifóbica o con los nuevos tratamientos para la impotencia (sildenafil) y para la eyaculación precoz, se logran resultados francamente notables en un breve lapso de tiempo. El principal obstáculo, aunque parezca paradójico, es el miedo al cambio, el miedo al éxito: justamente aquella escena más deseada es también para ellos la más temida, la más amenazante.

En los últimos años, la psicofarmacología nos ha abierto un campo nuevo en el abordaje de los cuadros fóbicos, los trastornos obsesivos compulsivos y las crisis de pánico. Mas no siempre será posible, necesario o conveniente, la articulación de su uso en el curso de una psicoterapia sexológica. En forma sucinta señalaré‚ que en ciertos cuadros de eyaculación precoz, fobias a la penetración, vaginismo (definido como la persistente o recurrente contracción involuntaria de los músculos circunvaginales interfiriendo la relación sexual , llegando a impedir la penetración peneana e inclusive la digital) y matrimonios no consumados, incluso en parafilias, debemos medicarlos. En general, lo hacemos en el lapso de la duración de la terapia y los más utilizados son algunos tricíclicos (clorimipramina) o inhibidores de recaptación de la serotonina (fluoxetina, paroxetina, sertralina) combinados, a veces, con el alprazolán o clonazepán. Ahora los NaSSA (como la mirtazapina) son unos nuevos antidepresivos con gran efectividad en este tipo de trastornos. Respecto a la disfunción eréctil disponemos de un novedoso fármaco, el citrato de sildenafil (Viagra) que permite mayor rapidez para lograr la erección, mejor rigidez y más duración de la misma. Nuestra experiencia clínica nos muestra que la tumescencia peneana aparece unos 45-60 minutos luego de una dosis oral única lejos de la ingesta alimentaria (de 25 mg, 50 mg o 100mg) de sildenafil, con resultados satisfactorios que van de un 65% al 89.6% de los varones estudiados (tanto en los cuadros psicogénicos como en los orgánicos) y con leves y escasos efectos secundarios. La conjunción sinérgica de Terapias Sexuales y sildenafil se muestra como la más efectiva para la resolución de fobias sexuales del varón cuando se manifiestan como disfunciones eréctiles. Si sabemos esperar el paciente sabrá entenderse y comprender sus propias dificultades (alguien afirmaba que muchos pacientes se curan si nosotros no hacemos cosas para impedirlo), nos sabrá guiar a través de sus desfiladeros, de sus murallas, de los anchos ríos que, a veces, interpone entre él y nosotros. Así, si no lo encontramos en cierto espacio, no deberíamos descorazonarnos; si no está en una parte, busquemos en otra, seguro que en algún lugar el paciente espera por su curación.
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